Una y otra vez.
Aislada por un impulso,
retorno a la paz de mi soledad.
Esa tregua generosa
que aleja los ruidos,
sosiega la carrera:
menta, chocolate y té,
lavandas en mi mesa;
tras la ventana, el mundo.
De este lado: quietud...
¿Qué habrá de cierto en el reloj?
Suceden los días,
la luna los corona
y la vida, circula.
Mucho desconfío si el sentido
lo marca el reloj.
Adelante y atrás,
ayer, hoy y mañana
lucen sujetos a otra lógica;
esa que nos envuelve en enigmas,
nos naufraga y nos rescata,
nos enreda en los caprichos
de sus corrientes.
La mayor certeza
es la incertidumbre.
Tanto desconcierto
enciende la fascinación.
Sentimos una promesa activa,
vamos tras ella
pariendo fuerzas,
nos elevamos y nos caemos.
Continuamos, el camino empuja.
Tal vez, el tiempo es mentira,
mero invento,
hay un continuo más complejo,
una extensa red con leyes propias
que nos agita y nos confunde.
Puedo ver un poco más claro,
de tanto en tanto,
sobre el papel,
dibujo rutas
y parafraseos.
Lejos del reloj hallo calma,
trazo mi juego y buceo
en el placer de mi locura:
lo que me hace ser en el decir.
Azul era el color de la tinta con el que experimenté la plenitud de las primeras letras reconocibles por los otros, y respetadas por el sistema socio-escolar. Azul intenso es el cielo por las noches cuando insinúa silenciosamente la grandeza de lo sencillo. Azul es el océano, único arcón abierto… juego del tesoro que nadie termina de descubrir. Azul se me figura el color de la caricia. Entre el cielo y el mar el azul flota, se choca, a la Tierra toda se expande. En azul veo navegar la poesía, vertiente nutricia que reinventa la vida, la ilusión y el sentir. Azul veo la línea que une los enigmas, el hilo que teje la causa. Azul siento el aire que me sostiene. Azul el Mediterráneo y el Atlántico… Azul es el color de Venezia. Azul se me vuelve título del Todo.
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