Se alejó silenciosamente,
agudizó la armonía de su paso
con el sonido del rocío sobre el pasto.
Ya no buscaba un rumbo,
se entregaba a sus sentidos.
Recordó la última imagen urbana:
los pies y las ruedas a toda velocidad,
ciegos, solitarios, ajenos, ausentes.
Respiró y comenzó a desandar
lo sufrido, lo postergado,
lo ignorado.
Era tiempo de presente y presencias.
Sentía calor en las manos, y
urgencias en el alma.
Reconoció el mundo nuevamente,
se supo parte, y en un día cualquiera,
¡¡recuperó la existencia!!
Graciela que puedo decir que surja de tanta belleza escrita, un abrazo de mi alma a la tuya.
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