Azul era el color de la tinta con el que experimenté la plenitud de las primeras letras reconocibles por los otros, y respetadas por el sistema socio-escolar. Azul intenso es el cielo por las noches cuando insinúa silenciosamente la grandeza de lo sencillo. Azul es el océano, único arcón abierto… juego del tesoro que nadie termina de descubrir. Azul se me figura el color de la caricia. Entre el cielo y el mar el azul flota, se choca, a la Tierra toda se expande. En azul veo navegar la poesía, vertiente nutricia que reinventa la vida, la ilusión y el sentir. Azul veo la línea que une los enigmas, el hilo que teje la causa. Azul siento el aire que me sostiene. Azul el Mediterráneo y el Atlántico… Azul es el color de Venezia. Azul se me vuelve título del Todo.

lunes, 12 de marzo de 2012


Cicatrices


Hay  marcas que nos produce la vida, que son indicadores de pasos singulares… El cuerpo guarda siempre memoria de los hechos vividos. Pero también – a veces – nos expone con señales que indican que allí algo nos detuvo, nos demandó especial atención y   también nos marca que allí algo se superó, algo nos hizo crecer.
 Contemplo mis cicatrices con el bienestar que proporciona  el obstáculo superado, con el recuerdo latente del esfuerzo emprendido, con el retorno del sabor agridulce en el que confluyen el padecimiento y su superación.
Todos llevamos cicatrices en el cuerpo y en el alma, algunas se llevan con alegría y otras con desconsuelo. Pero todas ellas y cada una nos dan forma,  nos marcan o marcaron rumbos en los que siempre se aprende y se crece… se avanza luego inaugurando otro tramo del camino.
Bendigo el aprendizaje de mis “marcas”, acepto el padecimiento proporcionado, comprendiendo que algún sentido indicaba. Reconozco que han modelado mi marcha…




Sangre hostil.

Existe gente a la que no logra uno arrancarle una sonrisa ni por error. ¿Te ha sucedido alguna vez agotar tu creatividad y causar cansancio en los músculos del rostro para intentar hacer reír a alguien, que finalmente llega uno a la conclusión de que no ofrece señales de vida? O por lo menos de vida con sentido, porque – reconozcamos – que quien vive la vida sin alegría, habita una extraña dimensión que no es literalmente “la vida”. Tal vez se trate de un punto tangencial en el que la persona no se anima a “entrar” en el espacio de la vida misma. Cada uno de estos extraños seres tendrá sus razones para permanecer allí, en ubicación lateral. Quizás observando a otros, quizás deseando o hasta envidiando a esos otros que asumen el mágico riesgo de vivir, de hacer, también de equivocarse y de volver a intentar. Es cierto que no hay formas únicas para vivir, pero es “suicida” transitar la vida disfrazado de muerte.
Cuando uno se encuentra con alguna de esas personas ¿no se siente  deseo de sacudirlo? ¿de poner en circulación su sangre? ¿de “obligarlo” a girar una y otra vez para contemplar su rededor? Pero pareciera que viendo, no pueden ver, que oyendo no pueden escuchar, que oliendo no logran saborear. Dónde y por qué habrá quedado anclado en otro sitio que no es éste, cada uno de esos seres.


                                                       

A mi Padre:
Conocí Galicia a través de tus ojos. Desde pequeña tomé contacto con su cultura. Cantabas algunas canciones, contabas anécdotas.
Galicia era un sitio lejano, aún sintiéndolo tan cercano: estribillos  de canciones populares, anécdotas cargadas de geografías, silencios melancólicos de recuerdos, relatos sociales e históricos.
Me produce un encantamiento particular cuando narrás la caza de grillos que organizaban con tus amigos del barrio. La descripción de las jaulitas que cuidadosamente armaban, la clasificación de tales bichos, y la angustia cuando alguno se les escapaba.
He transitado por tus relatos infinitas veces, y sigo haciéndolo con la misma magia de siempre.
La vida y tu generosidad me dieron la dicha de conocer tu tierra de tu mano; era muy joven entonces y me adentré en aquel sitio con cierta timidez, con curiosidad y con prudencia.
Hace poco tiempo volví a Galicia y arremetí con toda la sed de la conciencia del origen. Los años me fueron donando algunos saberes, y este retorno estaba cargado de curiosidad, de preguntas precisas, de búsquedas, de anhelos.
La Torre de Hércules se me hizo mirador del mundo. Desde lo alto, desde lo lejos, desde lo andado, supe que una orilla marca  
-inevitablemente- un límite. Finisterre es un corte, ¿una grieta?
Como vos, ¡tantos! un día partieron de aquella costa, entregándose a una esperanza, buscando un nuevo rumbo. A medida que se avanza en la senda de la vida, se crea distancia con el punto de partida. Y en algún momento, de uno u otro modo, el agridulce sabor del destierro merodea.
Hoy estamos aquí reunidos quienes compartimos una añoranza, quienes gozamos de ese sentir gallego, quienes sabemos de la morriña, ¿cómo explicarla?
Lo que –personalmente- podría decir es que he aprendido de los gallegos a transformar la morriña en acción, la saudade en impulso. Esta sabiduría sencilla y profunda –tal vez- sea lo que los distingue en el mundo entero como personas de bien y de trabajo, que valoran la vida y la sencillez, que disfrutan del pan y del vino, y hacen honor a la alegría.
Quienes llevamos inscripto en la sangre este texto, contamos con una fortaleza para atravesar las tempestades.
Esta tierra fue y es bendecida con el hacer y el decir de muchos gallegos que aquí se aferraron.

Y para ellos éste homenaje:

Galicia, tierra de bueyes,
de barcas cargadas de peces,
un abanico de verdes
se hunde en el azul costero.
Criaste hombres y mujeres aguerridos.
Supiste del dolor y del hambre.
Madre generosa que soltaste
a tus hijos a andar sus caminos.
Quienes se fueron te atesoraron
en la mirada y en el latido.
Todo cuanto hicieron
llevó tu sello.
Tal vez, por ello
quienes somos sus retoños,
también te bendecimos,
te anhelamos y te amamos.
Galicia, tu tierra se extiende
y se hace mapa en América
como en España.
Tu historia se torna letra
en tantas bocas,
en tantas plumas,
que te celebran y
te dicen ¡Gracias!



REMAR-VIVIR


Remaba…torpemente, como todo aprendiz. Experimentaba el conocimiento del Remo: el desafío del agua, el esfuerzo del equilibrio, la necesaria coordinación sincronizada, el desconcierto de los obstáculos y la lucha con LA SOMBRA.
El remo exige avanzar de espaldas a la proa del bote y esto constituye un descubrimiento potente, revelador.
Necesitaría desarrollar los ojos de su espalda, esa espalda que tanto le costaba reconocer.
Alzar los remos al unísono, acariciar el agua con la fuerza exacta que permita el desplazamiento; demandaba poner en juego el cuerpo entero: las piernas son la usina, el tronco conecta los movimientos y direcciona el esfuerzo, los brazos arman el contacto preciso con el agua, el cuello se vuelve canal del impulso eléctrico, la cabeza registra, procesa y ordena todo el engranaje manteniendo su posición en el equilibrio del espacio.
No es posible girar bruscamente para mirar hacia dónde se avanza; ese adelante que se siente como atrás. Resulta difícil comprender que lo que está atrás es el porvenir, es hacia dónde nos dirigimos, aceptando que no lo vemos, que nuestra mirada se mantiene en lo ya transitado…
Se parece a caminar hacia atrás, se altera la brújula interna; y se le agrega la dificultad propia del agua, la sobre-exigencia de la coordinación minuciosa.
Sin embargo, la experiencia se torna gratificante, el desafío cobra un sabor fascinante, y cuando se avanza el placer se vuelve nutriente.
Remar luce tan parecido a vivir: hay que tomar lo visible para avanzar en lo invisible, hay que aprender a dominar la sombra, hay que escuchar la percepción y aguzar la coordinación, hay que sortear obstáculos sin detener la marcha, hay que soltar amarras, hay que entrar en el círculo del adelante y atrás. Tal vez, sea éste el punto de mayor estrechez entre la vida y el remo: abrirse paso con la vista proyectada en lo andado y la mirada puesta en un horizonte que sólo puede intuirse, no verse. No es cuestión de distancia, sino de reglas del juego.
Estas ideas la acompañaban en sus primeras vivencias en el bote, su instructor le transmitía las claves para adentrarse en la práctica; lo hacía con un tono suave y una actitud serena, como dando por descontado que ella podría dominar los escollos que iban a presentarse. Supo que en esa modalidad de enseñanza anidaba la posibilidad de asir algo de esta prueba que hoy la vida le entregaba. Entonces comprendió qué debía aprender: remar se volvía una necesidad de integrar su espalda, mirar a través de ella, ignorar los miedos y arremeterse en el río, donde la vida se vuelve tangible e ineludible. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario

...