Cicatrices
Hay marcas que nos produce la vida, que son
indicadores de pasos singulares… El cuerpo guarda siempre memoria de los hechos
vividos. Pero también – a veces – nos expone con señales que indican que allí
algo nos detuvo, nos demandó especial atención y también nos marca que allí algo se superó,
algo nos hizo crecer.
Contemplo mis cicatrices con el bienestar que
proporciona el obstáculo superado, con
el recuerdo latente del esfuerzo emprendido, con el retorno del sabor agridulce
en el que confluyen el padecimiento y su superación.
Todos llevamos cicatrices
en el cuerpo y en el alma, algunas se llevan con alegría y otras con
desconsuelo. Pero todas ellas y cada una nos dan forma, nos marcan o marcaron rumbos en los que
siempre se aprende y se crece… se avanza luego inaugurando otro tramo del
camino.
Bendigo el aprendizaje de
mis “marcas”, acepto el padecimiento proporcionado, comprendiendo que algún
sentido indicaba. Reconozco que han modelado mi marcha…
Sangre hostil.
Existe gente a
la que no logra uno arrancarle una sonrisa ni por error. ¿Te ha sucedido alguna
vez agotar tu creatividad y causar cansancio en los músculos del rostro para
intentar hacer reír a alguien, que finalmente llega uno
a la conclusión de que no ofrece señales de vida? O por lo menos de vida con
sentido, porque – reconozcamos – que quien vive la vida sin alegría, habita una
extraña dimensión que no es literalmente “la vida”. Tal vez se trate de un
punto tangencial en el que la persona no se anima a “entrar” en el espacio de
la vida misma. Cada uno de estos extraños seres tendrá sus razones para
permanecer allí, en ubicación lateral. Quizás observando a otros, quizás
deseando o hasta envidiando a esos otros que asumen el mágico riesgo de
vivir, de hacer, también de equivocarse y de volver a intentar. Es
cierto que no hay formas únicas para vivir, pero es “suicida” transitar la vida
disfrazado de muerte.
Cuando uno se
encuentra con alguna de esas personas ¿no se siente deseo de sacudirlo? ¿de poner en circulación
su sangre? ¿de “obligarlo” a girar una y otra vez para contemplar su rededor?
Pero pareciera que viendo, no pueden ver, que oyendo no pueden escuchar, que
oliendo no logran saborear. Dónde y por qué habrá quedado anclado en otro sitio
que no es éste, cada uno de esos seres.
A mi Padre:
Conocí Galicia a través de tus ojos. Desde pequeña
tomé contacto con su cultura. Cantabas algunas canciones, contabas anécdotas.
Galicia era un sitio lejano, aún sintiéndolo tan
cercano: estribillos de canciones
populares, anécdotas cargadas de geografías, silencios melancólicos de
recuerdos, relatos sociales e históricos.
Me produce un encantamiento particular cuando
narrás la caza de grillos que organizaban con tus amigos del barrio. La
descripción de las jaulitas que cuidadosamente armaban, la clasificación de
tales bichos, y la angustia cuando alguno se les escapaba.
He transitado por tus relatos infinitas veces, y
sigo haciéndolo con la misma magia de siempre.
La vida y tu generosidad me dieron la dicha de
conocer tu tierra de tu mano; era muy joven entonces y me adentré en aquel
sitio con cierta timidez, con curiosidad y con prudencia.
Hace poco tiempo volví a Galicia y arremetí con
toda la sed de la conciencia del origen. Los años me fueron donando algunos
saberes, y este retorno estaba cargado de curiosidad, de preguntas precisas, de
búsquedas, de anhelos.
-inevitablemente- un límite. Finisterre es un
corte, ¿una grieta?
Como vos, ¡tantos! un día partieron de aquella
costa, entregándose a una esperanza, buscando un nuevo rumbo. A medida que se
avanza en la senda de la vida, se crea distancia con el punto de partida. Y en
algún momento, de uno u otro modo, el agridulce sabor del destierro merodea.
Hoy estamos aquí reunidos quienes compartimos una
añoranza, quienes gozamos de ese sentir gallego, quienes sabemos de la morriña,
¿cómo explicarla?
Lo que –personalmente- podría decir es que he
aprendido de los gallegos a transformar la morriña en acción, la saudade en
impulso. Esta sabiduría sencilla y profunda –tal vez- sea lo que los distingue
en el mundo entero como personas de bien y de trabajo, que valoran la vida y la
sencillez, que disfrutan del pan y del vino, y hacen honor a la alegría.
Quienes llevamos inscripto en la sangre este texto,
contamos con una fortaleza para atravesar las tempestades.
Esta tierra fue y es bendecida con el hacer y el
decir de muchos gallegos que aquí se aferraron.
Y para ellos éste homenaje:
Galicia,
tierra de bueyes,
de
barcas cargadas de peces,
un
abanico de verdes
se
hunde en el azul costero.
Criaste
hombres y mujeres aguerridos.
Supiste
del dolor y del hambre.
Madre
generosa que soltaste
a
tus hijos a andar sus caminos.
Quienes
se fueron te atesoraron
en
la mirada y en el latido.
Todo
cuanto hicieron
llevó
tu sello.
Tal
vez, por ello
quienes
somos sus retoños,
también
te bendecimos,
te
anhelamos y te amamos.
Galicia,
tu tierra se extiende
y se
hace mapa en América
como
en España.
Tu
historia se torna letra
en
tantas bocas,
en
tantas plumas,
que
te celebran y
te
dicen ¡Gracias!
REMAR-VIVIR
Remaba…torpemente,
como todo aprendiz. Experimentaba el conocimiento del Remo: el desafío del
agua, el esfuerzo del equilibrio, la necesaria coordinación sincronizada, el
desconcierto de los obstáculos y la lucha con LA SOMBRA.
El
remo exige avanzar de espaldas a la proa del bote y esto constituye un
descubrimiento potente, revelador.
Necesitaría
desarrollar los ojos de su espalda, esa espalda que tanto le costaba reconocer.
Alzar
los remos al unísono, acariciar el agua con la fuerza exacta que permita el
desplazamiento; demandaba poner en juego el cuerpo entero: las piernas son la
usina, el tronco conecta los movimientos y direcciona el esfuerzo, los brazos
arman el contacto preciso con el agua, el cuello se vuelve canal del impulso
eléctrico, la cabeza registra, procesa y ordena todo el engranaje manteniendo
su posición en el equilibrio del espacio.
No
es posible girar bruscamente para mirar hacia dónde se avanza; ese adelante que
se siente como atrás. Resulta difícil comprender que lo que está atrás es el
porvenir, es hacia dónde nos dirigimos, aceptando que no lo vemos, que nuestra
mirada se mantiene en lo ya transitado…
Se
parece a caminar hacia atrás, se altera la brújula interna; y se le agrega la
dificultad propia del agua, la sobre-exigencia de la coordinación minuciosa.
Sin
embargo, la experiencia se torna gratificante, el desafío cobra un sabor
fascinante, y cuando se avanza el placer se vuelve nutriente.
Remar
luce tan parecido a vivir: hay que tomar lo visible para avanzar en lo invisible,
hay que aprender a dominar la sombra, hay que escuchar la percepción y aguzar
la coordinación, hay que sortear obstáculos sin detener la marcha, hay que
soltar amarras, hay que entrar en el círculo del adelante y atrás. Tal vez, sea
éste el punto de mayor estrechez entre la vida y el remo: abrirse paso con la
vista proyectada en lo andado y la mirada puesta en un horizonte que sólo puede
intuirse, no verse. No es cuestión de distancia, sino de reglas del juego.
Estas
ideas la acompañaban en sus primeras vivencias en el bote, su instructor le
transmitía las claves para adentrarse en la práctica; lo hacía con un tono
suave y una actitud serena, como dando por descontado que ella podría dominar
los escollos que iban a presentarse. Supo que en esa modalidad de enseñanza
anidaba la posibilidad de asir algo de esta prueba que hoy la vida le
entregaba. Entonces comprendió qué debía
aprender: remar se volvía una necesidad de integrar su espalda, mirar a través
de ella, ignorar los miedos y arremeterse en el río, donde la vida se vuelve
tangible e ineludible.
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