Sonaba un olé,
entre palmas libres
y lágrimas ocultas
rodaba el cante.
Lamento, quiebre,
talones firmes,
el mantón cubriendo
el dolor.
La espalda en luna,
la mirada partida,
los palillos ardiendo,
la voz en aullido.
El penar del linaje,
los gritos de la ausencia,
la obsesión de la dicha,
Andalucía con toda su gitanería...
El tablao eterno
con la sangre de Federico.
Un toro ciego,
un capote encendido.
Olé... en la piel,
en los huesos,
en los ríos y
las esquinas.
Ayes inconclusos
se agolpan.
Un moro espía,
su sombra crece.
Azul era el color de la tinta con el que experimenté la plenitud de las primeras letras reconocibles por los otros, y respetadas por el sistema socio-escolar. Azul intenso es el cielo por las noches cuando insinúa silenciosamente la grandeza de lo sencillo. Azul es el océano, único arcón abierto… juego del tesoro que nadie termina de descubrir. Azul se me figura el color de la caricia. Entre el cielo y el mar el azul flota, se choca, a la Tierra toda se expande. En azul veo navegar la poesía, vertiente nutricia que reinventa la vida, la ilusión y el sentir. Azul veo la línea que une los enigmas, el hilo que teje la causa. Azul siento el aire que me sostiene. Azul el Mediterráneo y el Atlántico… Azul es el color de Venezia. Azul se me vuelve título del Todo.
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