Azul era el color de la tinta con el que experimenté la plenitud de las primeras letras reconocibles por los otros, y respetadas por el sistema socio-escolar. Azul intenso es el cielo por las noches cuando insinúa silenciosamente la grandeza de lo sencillo. Azul es el océano, único arcón abierto… juego del tesoro que nadie termina de descubrir. Azul se me figura el color de la caricia. Entre el cielo y el mar el azul flota, se choca, a la Tierra toda se expande. En azul veo navegar la poesía, vertiente nutricia que reinventa la vida, la ilusión y el sentir. Azul veo la línea que une los enigmas, el hilo que teje la causa. Azul siento el aire que me sostiene. Azul el Mediterráneo y el Atlántico… Azul es el color de Venezia. Azul se me vuelve título del Todo.

lunes, 11 de junio de 2012


Estaba frente al Paraná, el Monumento a la Bandera se elevaba desde su proa, abriendo la nave de la ciudad. Rosario condensa tanta historia, nacional y personal. En esa tierra confluyen improntas que hacen a mi identidad. La primera bandera, el primer símbolo que sellaba un deseo plasmado en lucha, sangre, inteligencia, fortaleza. Belgrano con su genio y su bravía “desobediencia”, desde aquellas costas nos abrió un camino de conquista, de apropiación del Ser. Todo ser se encuentra inserto en un ser colectivo; más allá de los límites de la existencia propia está “lo otro”, y en gran medida, ese otro es también lo propio, en tanto es lo nuestro.
Ayer, respirando Rosario, imaginaba cómo sería una charla de Belgrano, o San Martín, o Moreno, con nuestros políticos actuales. Cómo analizarían ellos hoy la línea de tiempo que une aquellos aguerridos pasos fundacionales a éstos, los que hoy nos hamacan en una compleja realidad (no menor a la de entonces). ¿Qué nos dirían los hombres y mujeres de aquel pueblo naciente a los ciudadanos de hoy?
Lo primero que imagino, es que aquellos tenían más capacidad de diálogo que nosotros, más entrega a la causa colectiva de ser libres, y –sobretodo- mayor compromiso.
El individualismo nos devora, y no es metáfora, nos fagocitamos y nos reinventamos en discursos vacíos y arengas deshonestas que nos manipulan hacia la Nada. Y… allá vamos ¿adónde? Ese tendría que ser el eje de la conversación que fantaseo, en un encuentro entre nuestro pasado y nuestro presente. Tal vez, la gran diferencia (sin idealizaciones tontas), consiste en que en el pasado histórico diseñaban el presente con miras al futuro. Hoy, el presente es el soberano, y el futuro se reduce a meros enunciados.
Nos rige lo urgente, corremos tras la emergencia, y el horizonte no sabemos si está lejos o cerca, porque no lo buscamos. Nos perdemos en la inmediatez de las múltiples pantallas y en la noticia diaria. Lo anecdótico se vuelve centro, mientras lo esencial continúa esperando.
La palabra que “me” ronda es DIGNIDAD… Los laureles que “supieron” conseguir… están en nuestras manos.

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