En ese recorrido cotidiano, abundan las cegueras, hay escritorios invadidos de papeles y máquinas que conectan al vacío. Dejar registro de lo hecho fagocita la energía que demanda aquello por hacer.
Lentamente se van aniquilando deseos genuinos, creatividades potentes, entregas valiosas, hasta vocaciones quedan desintegradas. Ese monstruo al que llaman burocracia, es más poderoso que una colonia de bacterias. Lanza a la hoguera pasiones que dieron origen a elecciones y compromisos férreos, ignora las necesidades verdaderas, se distrae ante lo urgente; hace que reine la hipocresía.
Alzo un estandarte que nos recuerde las prioridades, el sentido del recorrido. Propongo mantener vigente aquel fuego que generó la elección de un hacer, recuperar la alegría en aquello que se hace, re-descubrir la meta, y dimensionar por dentro de ese hacer, aquello a registrar. Que los papeles no nos aten las manos, que la apariencia no destruya la esencia.
El trabajo es salud si está en eje con lo auténtico, si conserva la orientación originaria, si recrea y ajusta las acciones a la luz de las necesidades.
Una fuente vital de agua puede contaminarse hasta envenenarnos si no nos ocupamos de su esencia: el agua, que calma la sed, da nutrientes al cuerpo y renueva el ánimo.